lunes, 2 de junio de 2014

9.-

Un hombre que rehúsa su nombre no es hombre, pues en el nombre está su existencia, pero no importa, mi existencia en particular no tiene necesidad de estar, más mi ser quiere dejar una huella que no sea suya, que sea dada a otro nombre, que represente a un hombre dentro del ideal de mis queridos lectores. Soy un anónimo, o quizás un nombre que elija de ahora en adelante, desde este sábado de contemplación de la bóveda seguirá la quietud develada hasta que sea su hora. Me llamaré, para las funciones de este escrito, Giacomo.

Así es que mi historia va de escribir desde el encierro, y, encerrado como estoy, se supone que no deben salir mis lineas, mis pensamientos, ni mis ideales de esta celda tan bien decorada por algún minimalista que no quiso dar en el gusto a un romántico de darle el calor de la inmensidad en la eternidad de los difusos y en la infinitud de los límites y sus tensiones. Si bien el contrabando de vino y cigarros con mis carceleros se mantiene activo, ellos jamás se arriesgarían a perder su monopolio de pequeñas ganancias por un golpe como el que mantengo abierto por otras lineas y contactos. Las rendijas de muchas celdas y los laberínticos pasillos de los edificios antiguos tienen ese no sé qué que huele a posibilidad esperando ser explotada.

Se necesita una mujer deseosa de leer, pero no cualquiera, sino que precisamente la que está aquí ayudándome en esto, un par de personas dispuestas a mirar hacia el lado, un cigarro y un bigote. La tinta, la pluma y el papel no me son negados, es parte de la terapia que libere lo que tengo en mi interior sobre y debajo el papel y así no dañe a alguien con expresiones más bien violentas, y quizá tengan razón, si hiciese lo que escribo, sería un problema para ellos tener en libertad tales demonios sueltos, aunque quizá esto sea una exageración, pues no hay peores demonios que los propios.

¿De qué va el plan? El plan va de que se cumpla el orden de las cosas, dentro del caos que implica, esto se logra de la siguiente manera: la mujer toma las hojas, las huele, las quiere para ella, las desea, las precisa entre sus pechos como una caricia del prolijo trazo de cada palabra, mientras una página va cayendo por su vestido rozando su vientre y baja hasta tocar su virtud de flor frágil en un viento lleno de paja... para que entonces ella la tome esta hoja con su grácil mano en un movimiento entre vehemente, agitado, cansado y mesurado, para acercarla a su rostros, mirarle de frente, confrontarle... y suspirar en el deseo de querer saber si esas letras se mueven como las hojas por su cuerpo, como la voz mía que yace en el encierro.

La chiquilla quizá esté en este lugar con merecimientos distintos a los míos, aunque claramente ninguno los merezca, su libertad es el principio para salir de este encierro más allá de mi imaginación, su compañía es solo una rendija entre los bloques que levantan los cimientos de mi destierro en el más profundo interior. Su libertad es una libertad más libre que la mía en el tiempo, en el espacio y en la mente, su capacidad de enviar todo a volar dentro de su desconocimiento de los códigos sociales la introdujo en este lugar, pero esto es solo un encierro que no la encierra y, por lo mismo, tenerla reclusa en una celda impenetrable es solo una pérdida de tiempo, así, ella corre los pasillos y pasajes desconocidos, con la posibilidad cierta, de la cual saco provecho, de traspasar las rendijas y utilizar los mecanismos que hacen recorrer a mi escrito la primera parte del trayecto. Aunque la primera parte de la primera parte del trayecto ya es hacer a cada hoja pasar por el espacio que deja la puerta en su divorcio con el marco que la contiene, el resto depende de que ella no se pierda en el camino, en su mente, o se apropie de mis hojas por el placer que subyace en ellas.

Los guardias, como ya dije, estaban abiertos a las conversaciones proficientes, por lo que pedirles que me permitiesen la visita de mi puerta a solas por parte de la muchacha a cambio de un beneficio específico de escritos bobalicones que le permitiesen encontrar a sus mujeres dispuestas al llegar a casa, o les ayudaran a encontrar en alguna otra puerta oídos a sus necesidades. Mis entrañables desconocidos desaparecían por un tiempo en el que el espacio entre puerta y marco era mi escape al exterior en forma de papel y la oportunidad de una conversación inconmensurable con esta joven, además de las vistas que me entregaba en su éxtasis por el papel y sus posibles interpretaciones. Así, yo jugaba contándole las historias que habían en las hojas con mi mejor voz.

Todo eso se contemplaba como la segunda parte de las necesidades que hacían a esos escritos llegar a manos de un tipo que recibía beneficios de manos del editor que se dedicaba a jugar con mis escritos y publicarlos, mientras él recibía el dinero, yo recibía mi vino y mis cigarrillos, manteniendo contacto con la señorita que apenas conocía por partes a través de lo que me mostraba ese primoroso y pequeño espacio que me abría las puertas del mundo. Ahora bien, aún falta por explicar el bigote y el cigarro, los necesito porque me gustan, porque los quiero. Me gusta tener un bigote al que acariciar mientras pienso en si se está o no cumpliendo el recorrido con mi mano derecha, mientras que mi mano izquierda sostiene un cigarro encendido que fumo apenas porque estoy perdido en las posibilidades que se abren y cierran a cada segundo y con cada decisión, en especial las de esta muchacha.

Todos mis escritos van con una introducción para el encargado de esta hermosa y útil organización en la que me encuentro recluido y van firmados con este nombre que te dije que no es de ningún hombre, aunque sea de muchos: Giacomo.

"Y aunque se crea hombre sabio protegido por ventura divina o por las luces que dice traer la ciencia, no niegue en demasía que pueda ser corrompido como una señorita núbil ante los secretos develados en las páginas que siguen... recuerde que esa descripción suya comenzó con su humanidad..."

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