Otro día me levanto con convicciones que son dudas, con sonrisas que ocultan preguntas. Siempre me he preguntado cuando cosas me han querido preguntar las afirmaciones y los rostros expectantes de todos los días.
El mundo arde mejor entre mis manos, entre mis labios, entre mis recuerdos de años dorados.
Quizá el mundo ya no arda para mí. Quizá arde como siempre lo ha hecho, independiente de mis intentos de ver arte en la destrucción, de encontrar las más altas cotas de satisfacción en las simas profundas del abismo al que nadie me ha obligado a caer.
O quizá sólo necesito un gato.