viernes, 13 de junio de 2014

16.-

Un escritor atormentado, encontrando, en el camino hacia las ruinas de algún castillo, un pueblo que vive bajo el yugo del pasado, un pueblo que reconoce en los silbidos del viento los gritos de los fantasmas personales de cada habitante, las memorias de sus ancestros y sus recientes muertos. Viven alejados de las comodidades de la tecnología y los avances de los años, vistiendo como hace un siglo o quizá dos, con un lenguaje tan cuidado y bien utilizado que no parece ser el mismo que el del escritor, que, si bien lo utiliza correctamente, no habla como ellos, tal como ellos, lo mismo que ellos.

Poeta frustrado, en una época en la que la poesía ya no se valoriza de la misma manera en que lo hacía hace muchos años, cuando los poetas eran sabios y los versos bien seleccionados, no como ahora en la indecorosa decisión de volverle una expresión abyecta de sensibilidad de fácil venta. Soltero y solitario, sin editor ni contrato alguno, novelista perdido, con muchos libros circulando por las calles, pero sin conocer realmente la opinión de los lectores, y menos aun el más importante de los comentarios: el de él. Al terminar de escribir un libro nunca lo lee en su plenitud, su cohesión y coherencia quedan en el recuerdo de lo que dijo o pensó en algún momento, al pasar de un tema a otro, de un momento a otro.

Un escritor atormentado que renegó de toda compañía plástica o superficial (en especial de la humana) para encontrarse a sí mismo en el camino, liberándose de los pesares que le trajo el tiempo o le regaló el destino, lejos de ataduras fraternales y de amistades que le aumenten la carga en su mochila, que fue pensada ligera, atendiendo a las posibilidades del camino, a las posibilidades que ocupasen menos espacio, a decir verdad. Lápiz y papel, mucho papel: libros en blanco, cuadernos de apuntes, hojas sueltas, agendas y diarios personales; ropa que no merece ninguna descripción especial y zapatos bajo la misma idea: la repetición del conjunto de su frac; una carpa unipersonal y un saco de dormir; un bastón, porque uno nunca sabe cuando puede necesitar un bastón; un sombrero de copa para cubrirse del sol. Todo esto, entre otras cosas que no nombraré en este instante, porque no es necesario.

Ni un mapa, ni una brújula, solo una sensación de seguridad en el paso debido a un intenso instinto que le llama, la sensación de siempre estar tomando el camino equivocado entre tantos caminos correctos le parece asegurar su destino, siendo siempre la dirección precisa que esperaba tomar, los más lúgubres pasajes entre los cedrones, sauces y todo tipo de árboles que comprendieran el camino, además de las caídas sobre jazmines y otras flores, junto con las constantes lluvias, mantenían su viaje siempre complicado, a cada paso un infortunio particular que disfrutar, impregnándose de la esencia del camino. Sin importar esto, o, tal vez, regocijándose en ello, llegó finalmente a un destino, aunque no es posible definir si siempre aquel lugar fue tal. Era, entonces, un poblado que estaba cercano a las ruinas de lo que un día fue un castillo, si bien el escritor no conocía este lugar, había escuchado y leído a su respecto en algunos lugares que fueron parte de la ruta hasta llegar acá, sabía de las ruinas, pero más sabía sobre cierta presencia extraña que rodeaba el lugar antes de llegar a ellas.

El misterio de este pueblo es y debe seguir siendo tal, por ende es protegido, cuidado de ser conocido por completo, trazando su leyenda en el cruce de las palabras con las personas, las innovaciones de cada narrador y su toque de personalidad, manteniendo el secreto de lo que es secreto, para poder sostener en pie la fuerza de la leyenda por sí misma y mantener el anonimato de los autores, con las posibles repercusiones alejadas de sus manos. Lo contarán como una historia que cada uno vivió personalmente, una experiencia propia y real, cada uno hablará desde su corazón, como si realmente fuese propia, como si pudiesen conocer sus corazones.

El relato en algún momento se pudo haber perdido de su fuente, alejando cualquier conexión, sin embargo, jamás afectará a la fama del lugar. Un aire pesado y una neblina espesa que esperan al visitante, no son y jamás fueron un adorno en el relato, independiente de la exageración de los distintos relatores, tal como el cansancio que demostraban los rostros de los habitantes del lugar, característica en cada historia que circula al respecto y, que al verlos ahora respirando el mismo aire que yo, se siente tal como la imaginación lo recreo dentro del ideario de los oyentes.

El escritor recorrió parte de la ciudad sin ver nada o. más bien, casi nada, la niebla era demasiado alta, demasiado densa, solo se podía guiar por las luces de los faros, que le ayudaron a cruzar la ciudad hasta llegar, supuso, a la plaza central, como también le ayudó su bastón a no chocar con nada...

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