domingo, 8 de junio de 2014

12.-

Yo no le escapo a la posibilidad si ha de atraparme sola y con poca protección en una noche de niebla alta, de hecho, no tengo en estos momentos más que un par de guantes, mi bufanda y mi único vestido casi elegante, estoy con el frío corroyendo hasta el más mínimo deseo de cordura en mi cuerpo abrumado por las tácitas plazas que han dejado atrás mis pasos, con su luz baja y nostálgica en el afán de volverse y asociarse con las horas más oscuras, sin discrepar de su solemne oscuridad, pero aliándose en la posibilidad de una víctima caída en sus brazos. Si parece que ofrecen un momento de seguridad para dar, en realidad, entregan instantes tan turbadores como la altura de la neblina y la profundidad de la oscuridad.

Las plazas no son un lugar protegido de las inclemencias de las mentes titubeantes, son, en realidad, faros nocturnos del placer de estos habitantes difusos y borrosos de la ciudad, que se mueven entre las sombras de árboles altos y frondosos, sitios de refugio seguro para intenciones alejadas de la moral actual y bestias más arraigadas a los juegos de luces que nos envuelven en cierto viento sugerente y peligroso. El crujir de las hojas de invierno y el chapotear de unos pasos en los charcos de la lluvia reciente avisan de la compañía que observa desde la distancia protectora de las sombras, el miedo me va subiendo como el rubor a las mejillas, llamando a la respiración pesada, las miradas vacilantes hacia todos los frentes y la urgencia en la velocidad del andar.

Los sigilosos sonidos que empiezan a sumarse hablan de un grupo de incontables bestias al acecho, más veloces de lo que se esperaría de una persona normal, cercanos, pero invisibles a las miradas preocupadas que voy echando alrededor, el vértigo se va apoderando de los trazos vacilantes de mis movimientos, el parque va acercándome su centro, mientras me cercan las figuras negras, introduciéndose vertiginosamente en mi inmediatez, haciendo menos ruido a medida que se van acercando más y más. Los adoquines van silenciando el suave roce que producen sus pisadas resolutas.

Ya no hay figuras en la cercanía, solo uno que otro sonido de pisadas cerca, muy cerca, pero las figuras se han desaparecido entre la neblina alta que ya me envuelve y, supongo, también a ellos. La humedad se confunde con mi sudor frío, rodando como gotas desde mi cabello desgreñado, pasando por mi frente pálida y llegando hasta mis ojos oscuros, nublando mi vista ansiosa de algún faro de esperanza entre el húmedo terror que siento profundo en mi pecho, junto con la congoja de la sensación de lo desconocido, mientras la excitación del momento va calando hondo entre mis ánimos y el cansancio vuelve pesados mis miembros. Quiero detenerme y la posta de luces que marcan el camino está llegando a su último relevo, más allá está la salvación o la decepción.

Dos luces, separadas por, según lo que sé desde hace años debido a una revisión azarosa de un dato curioso en el borde un libro, diez metros. He pasado el penúltimo momento de esta plaza y mi marcha parece ir más relajada, la sensación de alivio que se siente junto al estrés de estar cerca del final me está dominando. Realmente quiero descansar. Entre el sudor, el miedo, el cansancio y la tensión, todo mi cuerpo se siente predispuesto a caer rendido. no siento ningún ruido y la paz invade mi cuerpo entumecido. De pronto una mano aparece firme ante mis ojos y los cubre con seguridad, mientras un brazo fuerte me toma por la cintura y detiene de golpe todos mis movimientos, escucho la llamada sonora a silencio de un "shhhh", y su consecuencia en el espacio, como un mandato de fuerzas superiores...

Mi pulso se disparó, mi respiración agitada y ruidosa dejaba constancia de mi temor, mi voz y cuerpo se paralizaron, quedando a merced de la criatura que me estaba sosteniendo apretada a su cuerpo, que, por cierto, manaba un calor que trabajaba como un calmante a todas las sensaciones anteriores. El aroma a jazmín y cedrón de su perfume, van retorciéndose sobre sí mismos y llenando el aire que nos rodea, aromas demasiado claros que sobresalen por sobre cualquier humedad del ambiente; mi respiración se va silenciando lentamente, mis rodillas tiemblan. Mis ojos fueron liberados de su presa y al abrirse, primero confusos, mientras iba volviéndose clara la imagen frontal, vieron tras unos segundos como el vaho de dos respiraciones, cercanas entre ellas, iban confundiéndose con la niebla.

En un movimiento rápido, mi cintura queda liberada de cualquier toque, mas mis manos son tomadas con la misma firmeza, que ahora se siente cálida y segura, apareciendo frente a mí un hombre de sombrero de copa, frac y un bastón sostenido por la presión de su brazo izquierdo sobre su torso robusto. Su rostro tenía un gesto perspicaz en sus labios, similares a los de una mujer, pero aun con una masculinidad patente, mientras que sus ojos presentaban una indiferencia atractiva y con un toque de sagacidad mal disimulada, si bien me miraban levemente bajo la altura de los míos, su nariz era fina para un hombre de estos lugares y se movía a la velocidad de respiración casi imperceptible. "Calma" dijo con voz profunda y clara, lo que solo terminó de alertar todos mis sentidos...

1 comentario:

  1. Muy bueno, me gusta, algo como el suspenso de un buen relato mezclado con ese tacto tuyo para escribir :)

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