miércoles, 18 de junio de 2014

En el Camino

La vereda se guarda ese no sé qué,
ese qué sé yo
que te hace sentir tan vivo,
el caminarla, el recorrerla,
todo está tan regulado,
tan delimitado que es cómodo,
tan reemplazable e innecesaria,
tan corruptible,
y, en honor a su utilización,
cambiar todo el paradigma,
dormirla, vivirla,
dejar todo asentamiento,
volverse un ser sin ataduras,
errabundo por el mundo,
tan incontrolable como lo verde,
que rompe el cemento para verte,
respirarte, probar tu banalidad,
vanidosa existencia gris,
estática y estéticamente gris,
momentáneo como la humanidad,
sí, duermo bien en lo improvisado.

Cuando me mordiste me gustó,
me dejé de sentir tan solo,
dejé de sentir tanto frío,
el calor me invadió,
luego me preocupé,
tus dientes desgarraron mi piel,
ya no pude caminar,
aunque probablemente es mi culpa
por moverme durmiendo,
mientras ocupo a un amigo
como una almohada peluda,
como calefacción animal,
como una lucha contra la humanidad.

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