domingo, 26 de octubre de 2014

Lázaro Tal Vez

La falta de sol
que se halla en la tumba
no afectó su brillo,
ni su cabellera castaña
se levantó deslucida
ante el terroso encierro,
así tampoco sus ojos
perdieron su fuego,
ni el brillo sórdido
sobre esa aura luctuosa.

Lloró para limpiarme
y sus lágrimas arcillosas
me quitaron las manchas,
las suciedades impolutas
por grado alguno de limpieza,
curaron las heridas lacerantes,
cortantes y punzantes,
mi espalda besada por el látigo,
fue entonces sanada,
limpia como en mi juventud,
pulcra del paso del tiempo,
así mis brazos y mis piernas,
así mis manos y mis pies,
mi rostro fue el mío otra vez.

En un movimiento grácil,
me invitó a levantar,
ya enhiesto me abrazó,
tocando cada palmo de mi ser
con su frágil existencia,
supe que fui conocido,
supe saberme conocido,
aunque jamás conocí,
antes de que ella,
con la mancha de mi estar,
volviese a su celda eterna.

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