martes, 15 de octubre de 2013

Punto Álgido

Una de las ventajas latentes del suicidio es que no debes buscar demasiado para encontrar a la víctima, ni tienes que rebuscar en las posibilidades de un arma asesina, aunque siempre está la belleza del convertir un simple homicidio en un arte, tomando con cautela las decisiones y las palabras, las despedidas precisas y exactas, seleccionando cada posibilidad elegible entre un mar denso de eventos probables, cuales marcarán tu retorno al mundo de las ideas con pena y sin gloria, mientras alcanzas la perfección plena de una idea que te aprehenda en tu ser.
Estoy despertando con las libidinosas presencias del rocío madrugador, el aroma de una noche que se asomaba etérea y en una cama que contaba un resultado material, y que decía, por el desorden, que no dormí solo, tan a diferencia de mi despertar común. Incluso puedo decir que parezco haberlo disfrutado, por la calidad del aire en la habitación y la sensación de relajo que recorre mi espalda al levantar mi torso, en señal de sorpresa por lo amnésico de todo lo que me rodea, nada parece estar donde estuvo y estaba, nada parece ser para lo que sirve, todo parece liberarme de mis ataduras, liberándose de las propias.
Dejas sobre la mesita de noche una tarjeta de negocios. Quizá quieres que te llame luego, tal vez me recomiendas una buena librería o alguna delicia de oriente en el plato de un restaurant, puede que sea la deuda por la bebida de anoche, tantas alternativas a tu gesto, cariño, tantas.
Te has ido ya, temprano, junto con las primeras hojas caídas y antes del beso de cualquiera de nuestros soles, me pregunto cuál es (o era) tu nombre, cuánto llevamos (o llevábamos) intentando todo el tiempo hacer funcionar estos momentos. Al fin uno de nosotros decidió salir del límite espacio-temporal que nos significábamos, volviendo de las vacaciones que nos éramos mutuamente, retornando a tu vida y dejándome solo con la mía. Eras como un café matutino cuando estabas aquí, me despertabas de la realidad para volver al sueño cotidiano, pero jamás rutinario, del placer de todo el día: tarde, mañana y noche, como un buen café, como un café que no se cree que sea pueda acabar.
Pero después de un fin de semana saciándonos el uno del otro es lógico que nos hallásemos saciados lo suficiente como para no querernos más al despertar la semana. Suena una canción de fondo que quedó en los estertores de la radio, con el casete que diste vuelta antes de poner camino bajo los zapatos y aire entre nuestras bocas, el jazz que sonaba a ratos entre el despliegue circense de una noche acalorada, me condiciona a recordar las imágenes y sonidos y sensaciones de ese momento. La cinta se corta de golpe. Tenía que ir a trabajar más temprano, debería estar tomando una prueba en este preciso instante, mirando con cara de "esperemos algo" a todo aquel que cruzase la mirada conmigo.
Y en el clímax de la confusión, la introducción cobra sentido con una cuerda.

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