viernes, 4 de julio de 2014

Honra la Apatía +

Ella lloró. Quise contener sus lágrimas con mis manos, pero ¿qué manos pueden contener las lágrimas de alguien?, la pregunta que quitó la tristeza del espacio, la alejó de un fuerte empujón hasta la nada, haciendo que me apenara más mi soledad sintiendo el calor que manaba de sus mejillas sonrosadas sobre mi hombro que su tristeza. Ella lloraba frente a mí, en mí, pero tan lejos de mí. ¡Pero que paisaje más triste y vacío!, era, en todo caso, casi risible ver una imagen tan decadente sobre un pasto tan bonito, una escena sacada de historias que no venden libros, tampoco canciones, ni siquiera en una tele-serie decadente que dan en la actualidad. Ella lloraba de una soledad que le esperaba al estar sin mí y que yo nunca suplí. Nunca he suplido mi propia soledad conmigo mismo, creo que estoy mucho peor que ella. Ella está bien, superará esto, como todos, después de todo, nada nunca sale de algún modo, solo en el que debería salir.

Mientras ella soltaba palabras al azar y sin sentido para mí, yo miraba una nube que pasaba baja, se veía tan bella, ¿siempre fueron tan bellas las nubes?, más allá de esa asquerosa idea de que sean como algodón de azúcar, tienen la ingravidez sobre la existencia, burlándose de lo atadas y pesadas que son las ideas y vivencias humanas, encadenadas al fondo del abismo que habita la superficie de la tierra, nunca caen, pero lo que nos llega de ellas nos da vida, si bien no nos lloran, nos definen el ánimo de invierno, oscuras y peligrosas, hermosas en su habilidad creadora y destructiva. Lo que más me divierte con respecto a las nubes es que probablemente no tienen la más mínima idea con respecto a su poder sobre la humanidad, mientras que esta persona sufría los males del cielo, la tierra y el infierno en su discurso bien aprendido en canciones que riman tanto que son, más bien, cacofonías, algunos poemas que le escribí con gusto y que ahora no entiendo bien de donde salieron, y esa cierta idea de infinitud que nunca alcancé a satisfacer en ella y que ella aún espera satisfacer en mí.

Pasó volando un pajarillo, ¡Pero qué bonito pajaraillo!, como me gustaría correr detrás de él como un niño, pero no soy un niño y con estos pulmones realmente no creo que sea capaz de correr detrás de algo o alguien. ¿Correr detrás de alguien? ¿En serio pensé en eso?, a estas alturas, correr o llorar son ideales manejados por la publicidad engañosa que hay con respecto al amor en todos los medios, se merecen una demanda desde las productoras y distribuidoras de productos para niños y niñas, pasando por los distintos medios de información (de pasadita por degenerar una sociedad morbosa) y cuanto humano recóndito a intentado teorizar sobre el amor (yo entre ellos, si mal no recuerdo), publicando sus esfuerzos por contarnos sus penas y alegrías personales y las de las personas que los rodean sin hacerlo directamente, a veces con nombre, otras sin uno tan claro. Apretaba mi ropa con la fuerza suficiente como para que sintiera la fuerza de su agarre más allá de la ropa, las piernas me empezaban a flaquear por el cansancio, tenía sed y, a estas alturas, prefería beber un buen vino para asegurarme de dejar algún recuerdo o marca que me mantuviese atento a no recaer en lo mismo.

Puede ser algo más triste que darte cuenta que todo lo que piensas es exactamente lo que siempre criticas, hace un momento hablaba de la sobre-interpretación sobre el arte, la forma exagerada en que se rebusca en las mayores obras los mejores significados, con las más excelentes palabras rebuscadas desde una semántica que abre puertas a esta clase de discursos que distienden y alejan de un espacio más coloquial, inculto y despejado de la gran nube de conocimiento generados en los grandes centros intelectuales y museos de renombre. Sublime. Empero yo estoy haciendo lo mismo con la naturaleza que me está rodeando, aunque quizá sea valorable el valorar el valor de la naturaleza en este sentido, pero cada palabra elogiosa para/con la naturaleza me hace sentir profundamente estúpido, ya que la naturaleza tiene su propio lenguaje. La niña que se apoya en mi hombro y lo humedece al punto de hacerme sentir sus lágrimas más allá de la lana de mi suéter (sweater para los quisquillosos, chaleco para los que no tanto y se abren a las malas interpretaciones), mientras yo sigo incapaz de valorar su naturaleza y acusándola implícitamente de artificial y simplona, solo para darme cuenta como recaigo en la incoherencia, siendo mucho más simplón y artificial entre tanta y tanta palabra, con tanto ahondar en la simpleza, para darle un complejo innecesariamente basto.

Sus sollozos eran gemidos irritantes ya a esa altura, ¿por qué tenía yo que atenuar la tristeza de otra persona?, no podía contemplar la belleza de las nubes, la libertad del pajarillo, mi propia estupidez en muchas palabras. Me miró a los ojos y se dio cuenta de todo (con lujo de detalles, incluyendo las proficiencia de palabras que escribí hasta aquí). Se secó y limpió la nariz en mi suéter (manteniendo los mismos cuidados anteriores en las palabras), dio un pasó atrás, me miró feo, profirió un par de insultos y se marchó. Entonces recordé que me fijé en ella porque tenía ojos bonitos. Quizá debería correr detrás de ella...

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