jueves, 22 de mayo de 2014

4.-

En un sábado como cualquier otro todo puede cambiar, sin darnos cuenta el mundo sigue sintiendo las medianías de todo, como si fuese la elección que cada uno ha tomado, la mediocridad es tan armoniosa como los extremos, de hecho, el punto medio es otro extremo en la trilogía de las decisiones y los hechos. Quizá por eso el extremo que termina la cuaternidad es tan inesperado y a la vez relevante en nuestras vidas, pensándolo como un anti-medio, siendo este tan armonioso y preciso como el medio mismo, así este sábado vivió la corrección de un medio por un anti-medio en la caída en cuenta que ha dado el espejo, al reflejar, no la imagen espejada, sino que una acción totalmente independiente de lo que se le muestra, dando en su autonomía la impresión de imagen vista desde la cerradura de una puerta demasiado grande para un cuarto tan corto y poco iluminado. Ahora bien, si alguien se pregunta que hago mirándome al espejo en una mañana de sábado como cualquier otra, esto también se mueve dentro de lo que vuelve a lo ordinario en especial, ese llamado interno a hacer algo que no tiene un mayor sentido ni dentro de la rutina, ni dentro del quiebre de esta hasta que esta acción lo produce, sin ser esperado ni buscado.

Las antorchas están refulgentes en el salón, mientras las sombras bailan el vals que se les ofrece desde los tacos que rasgan el piso al unísono, manteniendo la canción por encima del clamor general de la multitud expectante, esas sombras que se acumulan bajo cada lumbre danzante, enredándose entre ellos, en sí mismos, confundiendo a veces a los danzantes con los espectadores cuando los primeros iban a invitar a bailar a los segundos. A ratos pasaban sombras por delante de mi ventana a este espacio, que en un acto de curiosidad revoloteaban lo suficiente para hacerme creer que casi podían entrar por esta apertura hacia algún lugar más allá de mi alcance. Era impresionante la sensación de mero espectador que se sentía el estar sentado ahí, sobre mi cama, observando este precioso juego de luces y sensaciones, nunca las sombras fueron tan bellas ni tan lejanas. Todo eran tan hermoso hasta que noté que yo no era el más impresionado por la belleza de la visión que tenía delante, sino que era mi propia sombra la más emocionada, la que seguía los compases de un ritmo que jamás habíamos escuchado. No le di importancia, mi sombra siempre ha sido un tanto llevada a su idea, así que no me preocupé porque en ese momento se moviese demasiado.

Todo pasó en cuestión de segundos, otra vez por cosas del deseo irrefrenable miré mis pies y mi sombra no estaba aferrado a ellos como otras veces; se levantaba de frente a mí mi silueta sin rasgos faciales, desnuda y opaca, extendiendo su mano hacia mí, como el saludo de un compañero de toda la vida, todas mis vidas. Le di la mano como cortesía y honesta gratitud de todos los tiempos que pasamos juntos y ella me tomó a la fuerza, me dio un abrazo y, dejando algo parecido a una gota de tinta cayendo por su rostro, se fue a encontrarse con el espejo, traspasarlo y unirse a la danza rota de sus pares. Todo se terminó de golpe cuando el suelo se acercó a una velocidad estrepitosa hasta mi rostro, viaje que se vio interrumpido solo por el borde de una mesa que estaba más cerca que el mismo suelo.

Si bien puedo escribir esto con la calma que implica el sentarse a escribir, no se crea ni por un instante que es fácil llegar a recobrar la compostura, estar dentro de un espacio fantasioso es superior a cualquier otro sentimiento, y ha tenido que pasar un tiempo (según mi cuenta personal, 2 días, 5 horas, 18 minutos y 34 segundos) para poder volver a mis cabales y retomar mi diario. Aún es extraño no encontrarme reflejado en ningún espejo.

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