martes, 2 de febrero de 2016

Revivir.

Entrando a la casa. Pasillo largo con puertas a mano derecha y mano izquierda. No importa cuantas, la acción transcurre en la primera puerta a mano derecha. Entreabierta, el crepitar de las llamas se escucha como un sonido lejano. El reflejo del baile de las llamas en el piso de madera es absorbente. Paso quizá veinte minutos absorto en la belleza de la forma indefinible de su danza.
Quizá por un momento bailaría con ellas por toda la eternidad.
Pero la eternidad es un concepto demasiado amplio para que yo lo pueda entender. En términos reales, si bien no conozco la realidad, en la forma en que la asimilo no alcanza a haber una comprensión de la eternidad. Sólo palabras. Palabras.
Me impresiona pensar la cantidad de objetos que pueden avivar una llama. Todo, o casi todo, pero jamás las palabras. Tampoco los buenos deseos. La acción directa de acercar algo a su área de influencia, lo suficientemente cerca como para ser lamido y abrazado por las ascuas y dejarle ahí.
Las llamas menguan en un aviso claro de que la eternidad es imposible. Quizá leyeron mis pensamientos. Abrí definitivamente la puerta y el reflejo creció en mis ojos hasta convertirse en la dolorosa realidad de una vida menguante. ¿Las llamas vivirán? Más allá de las respuestas científicas, creo que hay algo de vida en todo esto. Es simplemente embriagador el calor que provoca su sola visión.
Cuando las llamas se convierten en algo más que su propio reflejo, mi vida pende de un hilo. Todo buen motivo para vivir, también lo es para morir.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario