miércoles, 3 de febrero de 2016

La mejor forma de ocultar una hoja es dejarla caer en un bosque, en otoño.
Los únicos días que podía verla llorar, eran los días de lluvia. Su llanto destruía mis intenciones de hacer cualquier cosa que lo provocara. Estaba secuestrado. Después de un año perdiendo la fe en las relaciones humanas, escuchando sus quejas y viviendo su falta de voluntad de acción, sólo podía pensar en lo desgraciado del mundo. Cada día me contaba nuevas historias de su pasado, las circunstancias que la definían eran cada día más tristes, más escabrosas. Un pasado triste, lleno de fallas técnicas en la maquinaria que la rodeaba, siendo ella la pieza angular que hacía funcionar todo, a su pesar.
Al otro día se despertaba rebozando del tópico de la edad de oro, y el tiempo pasado fue mejor que el presente
!Puta que tengo que ser penca para llegar a ser peor que su pasado de mierda, weón oh¡
Viví con ella sus días malos y sus días que no lo eran tanto. Vi su sonrisa asomar entre sus dedos, verdaderas rejas para sus gestos, rejas casi naturales, las ramas que coronaban a los arbustos, reducidos por palabras que parecían verdaderos machetazos en su agudeza, pero lentos, suaves, delicados.
Le robé sonrisas. Sólo a través del crimen podrías entenderme, pues sólo ahí sabes quién eres, de qué eres capaz, si eres tan persona como para sentir remordimiento.
Y lo disfruté mientras duró.
El último medio año fue un secuestro, no había voluntad ni energía en mí para seguir conociendo circunstancias. Ella necesitaba compañía. Mejor la mía que la de un diablo por conocer.
La invité al sur, más al sur, donde llovía siempre. Cuando me dispuse a dar un corte final, su voz sonó más aguda, más filosa, más tranquila.
Terminó conmigo. Había encontrado otro diablo más conocido.

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