martes, 9 de diciembre de 2014

Síndrome de Estocolmo

Melquíades siempre fue querido,
bien recibido cuando llegaba,
con el hedor profundo
que le da la novedad a la vida,
apestando a muerte, a precipicio,
a cercanía del futuro,
el futuro siempre es cercano al fin.

Olía a peste de morbo,
siempre asquerosamente atractivo,
demasiado adictivo para ser rechazado,
hedores de realidades posibles,
humores de cambio,
sabiduría de más allá de los montes,
quizá el frío que traía
guardaba la posibilidad
de sentirse realmente en peligro.

Melquíades atrapó a la familia,
los secuestro con sus voces,
les enseñó a esperarlo
para conocer el adelanto,
progreso, avance y desarrollo,
les dio palabras a las imágenes,
discurso a los cuerpo inertes.

Los aromas siempre se ocultan
cuando el frío embota los sentidos,
en especial el del olfato,
y la modernidad siempre fue
demasiado helada, fría, apagada.

La novedad es un disfraz
escondiendo a todo el mundo
justo detrás del sol,
pero el sol jamás ocultó ni un pulgar,
Melquíades murió y solo dejó soledad.

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