miércoles, 25 de octubre de 2017

Una caminata nocturna

Se acaban de apagar las luces del foco de la calle, dejando a oscuras la décima parte de este lugar hacia el frente, una calle sin salida, un final repentino para una caminata nocturna. Aunque un camino sin salida es simplemente otro camino para un abogado del diablo.
No recuerdo la vez, la primera vez (ni la última, por cierto) que tuve esta sensación. El destino fatídico que pende de un simple foco que parpadea más de lo que titila, atrayendo el fin inexorable de todo, lo caduco de la vida, incluyendo todo aquello que jamás vivió. Me recuerda la sensación de vacío que pesó algún día en mi corazón tras encontrar una tabla podrida entre los restos de la casa de adobe de la madre de mi padre; es imposible olvidar como se deshacía la madera entre mis manos, separándose, astilla sobre astilla, en fragmentos húmedos más cercanos al barro que a la base de una construcción duradera.
Los otros focos se apagan al acercar mi caminata hacia ellos, como viendo algún parentesco con algún diablo, una genealogía demoníaca que no conozco y no pretendo. La noche se alimenta de las posibilidades, y todo es posible si se piensa.
Pienso en los cambios y continuidades, largas y cortas duraciones; creo que nada es lo que parece ante el ojo crítico de la nocturna pausa pensativa, en la oscuridad se esparcen las semillas de ideas que han rondado momentos del día que es mejor pasar de largo, como la verdad o el autoengaño. Palabras preciosamente utilizadas por la mayoría se vuelven mentiras serias a recordar en discusiones ulteriores en el desarrollo de una relación: quejas de para siempres vacíos; nunca digas nunca; olvidos y recuerdos. La oscuridad, la noche y la melancolía son tierra fértil para las ucronías.
La casa de mi abuela fue quemada por los habitantes trashumantes de alucinógenos que se aprovecharon del desuso sostenido por la edad de sus antiguas dueñas. Un lugar lleno de potencial en un sector céntrico en una ciudad cercana a las ciudades céntricas en una región céntrica, vacío y descuidado por el tiempo, el olvido y las promesas vacías sentenciaron el destino ominoso que recayó sobre ese lugar. Y hubo humo. Y el humo llama al miedo, al fuego, al papa nuevo, a las hojas secas y a los bomberos.
Ni siquiera las tablas podridas, con su humedad, pudieron contener el fuego. Tampoco la oscuridad, el final repentino del camino o los prodigios ominosos iban a detener mi caminata. Seguí, más allá del final del camino, con mi obstinado andar un poco apresurado, que pudieron ustedes imaginar como una casa, un barranco, una nada, señalética vial y todas esas posibilidades que se dan en la imaginación,
Seguí más allá de todas ellas. Seguí.

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