viernes, 27 de noviembre de 2015

Un cocodrilo

Te vi llorar. Una lágrima de cocodrilo.
Yo estaba ciego, al lado, tomando lentamente los sorbos de mi café. Al acabarse el café me serví un té. El té distraía mi mirada, los ojos hundidos en el fondo de la taza. La soledad estaba tras los ojos del cocodrilo que se escondía en el agua enturbiada por el café.
Pudo haber sido distinto el reflejo que me regalaba el turbio café. Tú tomabas café. Lo recuerdo claro por el aroma que expelía tu mirada al lagrimear. Hiede la tristeza como la porquería reunida.
"¡No te vuelvas!"
Mi silencio y mi paciencia se estremecen hasta el límite, sus vibraciones intentan romper la paz mutua (mutua de ellos, el silencio y la paciencia). La voz se me queda cortada a un instante de volar y decir sus pensamientos. ¡Con qué ganas saldrían! Pero paciencia.
No es tanto tu llanto como tu tristeza la que me frenan.
No eres tú, soy yo. Soy yo el que se calma.
Ya no tiene sentido moverse por esto, si no que en contra.
Las manecillas del reloj están tan borrachas en sus permanentes seis y media, como yo en mis medianías.
Mi meridiano es claro como una actitud. No pretendo ser el mejor en una competencia en la que me senté a tomar un café mientras un cocodrilo llora. El resto sigue corriendo, el resto compite. Por algo es el resto.
Yo estoy ocupado disfrutando de los placeres calmados de la paciencia, la calma, el ocio productivo, y tantos otros pecados para la persona actual, Yo pongo mi pausa, Tú pones todo tu tú en el vertiginoso mundo de hoy. La pausa es tan mía, como el enredo que se forma de tus acciones al enfrentarse a tus verdades.
No hay apuro.
Yo no lo tengo.

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