domingo, 11 de septiembre de 2016

Quiltro

Y te grito a la distancia, antes de viajar de nuevo, otra vez.
"Cuida al perro", al perro. Perro, el nombre que le puso un niño medio en broma, medio en serio, mientras lo paseaba por las calles sin pavimento del sector donde he vivido toda mi vida. Tenía nombre antes del nombre que le puso él; dos nombres tuvo, el suyo propio que nunca conocí, el que le puse yo y que nunca volví a recordar, salvo con mucho esfuerzo, esfuerzo que ahora no haré, ni puedo hacer.

Despertó lloviendo. Es lo último que recordaré, espero. Veo las nubes moverse, o serán esas imaginaciones mías, después de todo está muy nublado. No importa mucho ahora. Era la última mirada que tenía para darle a ese cielo, que hice mío con el tiempo, y el tiempo que tuve fue mucho, aunque muy rápido. Las cosas tienen movimiento.
No sé si recordará cuidarlo.
Se mueve todo: la energía de las neuronas, la sangre dentro del cuerpo, la sangre saliendo, el agua tibia que la recibe rebelándose a la gravedad, el viento. Me pregunto si el aire se mueve también.
Tanta inmensidad que rellenar con algo y pienso en un dios creativo. Tanta inmensidad y tan poco tiempo, será también irónico. Tan poco que valga la pena, o quizá todo lo haga, y termina siendo también cruel.
No importa, todo lo anterior se termina acabando, de nuevo.
La noche será clara, la luna está llena y no escucho más lluvia.

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