Extraño la inocencia petulante que me permitía hace 15 años, quince veces un año, decirme escritor, poeta, sentirme inspirado a escribir la próxima gran obra en mi lengua, lengua irreverente e ingenua que no había tocado la obra de Cervantes más que para ejemplificar los clásicos, que no entendía la importancia de "La Odisea", prefiriendo y simplificando la guerra de Ilión por sus matices violentos y no por la obra en sí misma.
He cambiado, soy menos escritor que el joven que fui, lo envidio, pero sé que él envidiaría las herramientas que me ha dado el tiempo, que se dio él al tomar un libro, y otro, y uno más, para forma un biblioteca personal de la que beber de sabidurías más y menos ancestrales.
Quiero mirarme del pasado y verme con orgullo, disipar miedos para encontrar otros. Sé que del futuro la mirada a mí yo presente encontraría la misma idea con la misma certeza, hasta el que ya no haya un futuro que mire para atrás. A menos que creamos en la reencarnación de la carne y la vida eterna. Pero ese es un desvarío para otro insomnio.
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